En la poesía de Leopardi “Canto nocturno de un pastor errante del Asia”, se describen tres movimientos paralelos. El primero, el de la luna, es signo de un Misterio que no se desvela al hombre; el segundo, el del pastor, representa el hombre, aquel nivel del cosmos que se plantea la pregunta acerca de la totalidad de la realidad; el tercero, el del rebaño, que muestra que el animal, a diferencia del hombre, cuando satisface sus necesidades físicas, no tiene más deseos.
“ ¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, ¿qué haces,
silenciosa luna?
Sales de noche, vas
contemplando los desiertos, y luego te escondes.
¿No estás aún fatigada
de recorrer las sempiternas vías?
¿No te toma el hastío todavía, y aún deseas
mirar estos valles?
Se parece a tu vida
la vida del pastor.
Sale al alborear,
lleva el ganado por el campo, y contempla
rebaños, fuentes, prados.
Luego, cansado, reposa por la noche
y nada más espera.
Dime, oh luna, ¿para qué le sirve [a qué le vale]
al pastor su vida,
y a ti la tuya? Dime ¿a dónde tiende
este mi vagar breve
y tu curso inmortal? […]
Nace el hombre a la pena,
y es un riesgo de muerte el nacimiento.
Prueba dolor y tormento
enseguida; y en el principio mismo la madre y el padre
tienen que consolarle por haber nacido.
Luego que va creciendo,
uno y otro le sostienen, y así siempre
con hechos y con palabras se afanan en animarle
y en consolarle del humano estado:
otro oficio más grato
no hay para unos padres que cuidar a sus hijos.
Pero ¿por qué dar a luz,
por qué mantener la vida
a quien es necesario consolar por ella?
Si la vida es una desgracia
¿por qué para nosotros dura tanto?
Intacta luna, así
es el estado mortal.
Pero tú mortal no eres,
y tal vez lo que digo no te importa.
Aunque tú, solitaria, eterna peregrina,
que eres tan pensativa, tú tal vez entiendas
este vivir terreno,
nuestro pesar [padecer], y suspirar qué significa;
qué es este morir, esta suprema
palidez del semblante
y faltar de la tierra y apartarse
de todo usual y amante compañía.
Y tú ciertamente comprendes
el porqué de las cosas, y ves el fruto
de la mañana, de la noche,
del callado, infinito andar del tiempo.
Tú ciertamente sabes a qué dulces amores
ríe la primavera,
a quién ayuda el verano, y qué consigue
el invierno con sus hielos.
Mil cosas sabes tú, miles descubres,
que al sencillo pastor quedan ocultas.
Frecuentemente cuando yo te miro
tan muda estar en el desierto llano,
que en su lejano horizonte confina con el cielo,
o bien con mi rebaño
seguirme en mi camino lentamente
y cuando miro en el cielo arder las estrellas,
me digo, pensativo:
¿Para qué tantas luces?
¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda
infinita serenidad? Qué significa esta
soledad inmensa? Y yo, ¿qué soy?
Conmigo así razono; y de ese espacio
desmesurado y soberbio, y de esa innumerable familia,
después de tanto obrar, de tanto movimiento
de las cosas celestes y terrenas,
girando sin reposo
para volver allá donde empezaron,
utilidad alguna, fruto alguno
adivinar no sé. Pero tú, ciertamente,
doncella inmortal, tú sí lo sabes todo.
Yo sólo conozco y siento
que de los eternos giros,
y que de mi ser frágil
algún bien y contento
tal vez obtenga otro; para mí la vida es solamente mal.
Rebaño mío, que descansas. ¡Oh dichoso tú
que tu miseria, creo, ignoras!
¡Cuanta envidia te tengo!
No sólo porque de los afanes
casi libre te hallas;
que toda ansia, todo daño,
todo temor olvidas pronto,
sino porque jamás pruebas el tedio [tristeza, percepción de la insuficiencia de la realidad].
Cuando descansar a la sombra, en la hierba,
tú estás quieto y contento,
y gran parte del año
sin aburrimiento pasas en aquel estado.
Pero yo me siento en la hierba, a la sombra,
y el hastío [una molestia] me invade
la mente, y un aguijón me punza
de tal modo que, descansando, más que nunca estoy lejos
de hallar paz y lugar. […]
[Al rebaño]Si supieses hablar yo te preguntaría:
Dime, ¿por qué yaciendo
sin cuidado, ocioso,
se contenta todo animal,
y a mí el tedio me asalta si reposo?
Quizá si tuviese alas
para volar hasta las nubes
y contar las estrellas una a una,
o como el trueno errar de cumbre en cumbre,
sería más feliz, dulce rebaño mío,
sería más feliz, cándida luna.
O tal vez se equivoca, al ver la suerte ajena, mi pensamiento:
tal vez en toda forma, en todo estado,
cualquiera que sea o cubil o cuna,
es funesto a quien nace el nacimiento”.
“ ¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, ¿qué haces,
silenciosa luna?
Sales de noche, vas
contemplando los desiertos, y luego te escondes.
¿No estás aún fatigada
de recorrer las sempiternas vías?
¿No te toma el hastío todavía, y aún deseas
mirar estos valles?
Se parece a tu vida
la vida del pastor.
Sale al alborear,
lleva el ganado por el campo, y contempla
rebaños, fuentes, prados.
Luego, cansado, reposa por la noche
y nada más espera.
Dime, oh luna, ¿para qué le sirve [a qué le vale]
al pastor su vida,
y a ti la tuya? Dime ¿a dónde tiende
este mi vagar breve
y tu curso inmortal? […]
Nace el hombre a la pena,
y es un riesgo de muerte el nacimiento.
Prueba dolor y tormento
enseguida; y en el principio mismo la madre y el padre
tienen que consolarle por haber nacido.
Luego que va creciendo,
uno y otro le sostienen, y así siempre
con hechos y con palabras se afanan en animarle
y en consolarle del humano estado:
otro oficio más grato
no hay para unos padres que cuidar a sus hijos.
Pero ¿por qué dar a luz,
por qué mantener la vida
a quien es necesario consolar por ella?
Si la vida es una desgracia
¿por qué para nosotros dura tanto?
Intacta luna, así
es el estado mortal.
Pero tú mortal no eres,
y tal vez lo que digo no te importa.
Aunque tú, solitaria, eterna peregrina,
que eres tan pensativa, tú tal vez entiendas
este vivir terreno,
nuestro pesar [padecer], y suspirar qué significa;
qué es este morir, esta suprema
palidez del semblante
y faltar de la tierra y apartarse
de todo usual y amante compañía.
Y tú ciertamente comprendes
el porqué de las cosas, y ves el fruto
de la mañana, de la noche,
del callado, infinito andar del tiempo.
Tú ciertamente sabes a qué dulces amores
ríe la primavera,
a quién ayuda el verano, y qué consigue
el invierno con sus hielos.
Mil cosas sabes tú, miles descubres,
que al sencillo pastor quedan ocultas.
Frecuentemente cuando yo te miro
tan muda estar en el desierto llano,
que en su lejano horizonte confina con el cielo,
o bien con mi rebaño
seguirme en mi camino lentamente
y cuando miro en el cielo arder las estrellas,
me digo, pensativo:
¿Para qué tantas luces?
¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda
infinita serenidad? Qué significa esta
soledad inmensa? Y yo, ¿qué soy?
Conmigo así razono; y de ese espacio
desmesurado y soberbio, y de esa innumerable familia,
después de tanto obrar, de tanto movimiento
de las cosas celestes y terrenas,
girando sin reposo
para volver allá donde empezaron,
utilidad alguna, fruto alguno
adivinar no sé. Pero tú, ciertamente,
doncella inmortal, tú sí lo sabes todo.
Yo sólo conozco y siento
que de los eternos giros,
y que de mi ser frágil
algún bien y contento
tal vez obtenga otro; para mí la vida es solamente mal.
Rebaño mío, que descansas. ¡Oh dichoso tú
que tu miseria, creo, ignoras!
¡Cuanta envidia te tengo!
No sólo porque de los afanes
casi libre te hallas;
que toda ansia, todo daño,
todo temor olvidas pronto,
sino porque jamás pruebas el tedio [tristeza, percepción de la insuficiencia de la realidad].
Cuando descansar a la sombra, en la hierba,
tú estás quieto y contento,
y gran parte del año
sin aburrimiento pasas en aquel estado.
Pero yo me siento en la hierba, a la sombra,
y el hastío [una molestia] me invade
la mente, y un aguijón me punza
de tal modo que, descansando, más que nunca estoy lejos
de hallar paz y lugar. […]
[Al rebaño]Si supieses hablar yo te preguntaría:
Dime, ¿por qué yaciendo
sin cuidado, ocioso,
se contenta todo animal,
y a mí el tedio me asalta si reposo?
Quizá si tuviese alas
para volar hasta las nubes
y contar las estrellas una a una,
o como el trueno errar de cumbre en cumbre,
sería más feliz, dulce rebaño mío,
sería más feliz, cándida luna.
O tal vez se equivoca, al ver la suerte ajena, mi pensamiento:
tal vez en toda forma, en todo estado,
cualquiera que sea o cubil o cuna,
es funesto a quien nace el nacimiento”.