"Scribere me aliquid et devotio iubet"

"Scribere me aliquid et devotio iubet" San Bernardo de Claraval

Ya no le temo al blanco...

"Noto mis palabras libres y a la vez con peso. El peso se lo dan los hechos por los que he pasado, aunque ya se han convertido en alas y plumas que la hacen volar, tan ligera como grave. Sólo ahora que tengo peso, sé volar" Alessandro D´Avenia.

domingo, 22 de abril de 2012

Muerte, ¿Dónde está tu victoria?



          -No sabemos lo que es el alma –continuó el sacerdote-. No lo sabemos hasta que hayamos franqueado las puertas del más allá. Pero una cosa es segura: que el alma no existe del todo hasta que se ha salvado. Si pierdes tu alma, pierdes tu existencia. Podrás seguir viviendo, gozando de tus pasiones, recibiendo de la vida mil satisfacciones, mayores cada vez, puesto que habrás perdido tu alma. Pero eso importará poco: tú no vivirás, porque no lucharás. El alma es la fuerza de resistir. Muchos creen que viven porque toleran el mal. Se imaginan que el pecado es una invención de los pobres curas como yo; que la expiación es el coco, y el arrepentimiento, una forma de mala digestión. Se engañan, como se engañan al creerse libres porque han olvidado. Pero llega un día (que llega siempre, distinto de otros mil) en que Dios ofrece al pecador una posibilidad de salvación. Entonces es necesario oír su voz única, que no suena jamás dos veces. El que la oye está salvado. 
          -Salvado… -continuó con una voz tan apagada que Laura tuvo que inclinarse para oírle, y acabó sentándose a sus pies. Sintió la mano huesuda del anciano palpar su hombro, subir por el cuello y acariciar su cabellera, en donde se detuvo dulcemente-. Salvado…, que quiere decir que el alma ha vencido. Pero es necesario, repito, sentir el alma y luchar, quizá contra ella misma, para llegar a poseer toda la verdad. Yo no temo para ti ese combate, hija mía, pues creo que sabrás salir victoriosa de él. Pero con tu violencia y tu constante afán de rebeldía creo que te verás en graves peligros, y que la lucha será dura y encarnizada. No me preguntes cómo lo sé: tal vez Dios me lo ha hecho comprender para que lo sepas por mí. 

    Volvió a quedar silencioso y ensimismado. Aquel monólogo en voz baja resultaba algo casi fantástico, desconcertante y excitante a la vez. Laura deseaba que aquella voz dulce y suave continuara fluyendo mucho tiempo, para escucharla con pasión extraña. ¿Por qué no había visitado con más frecuencia al viejo canónigo? ¿Y por qué él no le habló nunca hasta ahora de aquella manera? ¿Sería que, en efecto, estaba seguro de que lo hacía por última vez y que un poder más alto expresaba por su boca? ¡Esto sería demasiado sorprendente y arrebatador! Laura sentía cómo una hoja de fuego que entraba en ella abría su pecho, rasgaba y abrasaba sus carnes. Sin embargo, la horrorosa herida dejaba penetrar en ella una dulzura inefable.

      -La única vida es ésta: la que nos proporciona nuestra lucha por nuestra alma: el combate contra el ángel. Los hombres de hoy desconocen esta verdad fundamental del hombre que se vence y se sobrepasa. Han barrido el pecado de su vida y de sus libros, y por eso han ido a parar a un arroyo fangoso, en el que sin saberlo se debaten y se hunden… Otro golpe de tos le estremeció violentamente. Cuando pasó sus manos temblaban y sus labios estaban secos y pálidos en su rostro terroso. “Tendré que marcharme”, se dijo Laura. Pero no tenía valor para dar por terminado aquel momento emocionante de su vida y partir. Volvió a llevar a los labios del enfermo el vaso de calmante. El abate lo bebió a sorbitos, como un niño. Cuando hubo terminado, Laura se incorporó, decidiéndose a decir con una dulce sonrisa: 
         
      -Bueno, querido monseñor: no tengo más remedio que dejarle. Está un poco fatigado… ya volveré a verle otro día.

       El sacerdote hizo un vago ademán con la mano.

        -No te olvides –murmuró-. Pero en todo caso, si te olvidas de ti misma, yo no te olvidaré. 

        Laura tomó su mano descarnada, la besó y salió apresuradamente, sin saber qué decir.

 Daniel-Rops

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"Todo yo soy una pregunta a la que no sé dar respuesta"
(P. P. Pasolini)



"Él poseía una ingenuidad que le permitía mirar las cosas de nuevo, como si nadie las hubiese contemplado antes que él. Contemplaba al mundo con ojos nuevos, asombrados".
(L. Jonas)