Cuando habla le brillan los ojos, como brillan los ojos del Soñador cuando explica. Como brillaban los ojos de Alejandro Magno, de Miguel Ángel, de Dante... Los ojos rojosangre, llenos de vida... (...) Le he pedido que me mire los ojos y que me avise cuando brillen, así a lo mejor descubro mi sueño mientras le hablo de algo, no vaya a ser que esté distraído y no me dé cuenta. Acepta.
—Cuando vea brillar tu sueño en tus ojos, te lo diré.
«Querido Leo:
Los griegos contaban que el hombre era al principio esférico y que Zeus para castigarlo de sus fechorías lo partió en dos. Las dos mitades deambulan por el mundo y se buscan. La nostalgia las impulsa a buscarse sin parar, y cuando se encuentren la esfera querrá unirse. Esta historia tiene algo de cierto, pero falla en algo. Cuando las dos mitades se encuentren de nuevo, cada una habrá vivido su propia vida. No serán como cuando se separaron. Sus extremidades no coincidirán. Tendrán defectos, debilidades, heridas. No basta con que se encuentren y se reconozcan. Ahora además tienen que preferirse, porque las dos mitades ya no coinciden perfectamente; el amor es lo único que hace aceptar las asperezas y el abrazo es lo único que las lima, aunque haga daño. Aquel día, Leo, descubrí que nuestras mitades no coinciden perfectamente y que solo el abrazo puede hacernos coincidir.(…) Nuestros abrazos nos cambiarán. Yo te quiero como eres, hazlo tú también, aunque no sea perfecta como Beatrice.»
Blanca como la nieve roja como la sangre
Alessandro D´Avenia
Blanca como la nieve roja como la sangre
Alessandro D´Avenia
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