"Praevenit, sustinet, implet; ipse facit ut desideres, ipse est quod desideras" San Bernardo
"Scribere me aliquid et devotio iubet"
Ya no le temo al blanco...
domingo, 27 de noviembre de 2011
Como una voz que desde hace mucho tiempo callaba
Dialogos con Leuco de Pavese:
"¿No te has preguntado por qué un instante, semejante a tantos otros del pasado, te vuelve repentinamente feliz, feliz como un dios? Tú mirabas el olivo, el olivo sobre el sendero que has recorrido cada día durante años; llega el día en que el fastidio te deja y tú acaricias el viejo tronco con la mirada, como si fuera un amigo reencontrado y te dijera justo la única palabra que tu corazón esperaba."
"Las cosas que tú dices no tienen en sí mismas ese fastidio de lo que acontece todos los días. Tú das nombres a las cosas que las vuelven distintas, inauditas, y sin embargo queridas y familiares como una voz que desde hace mucho tiempo callaba."
sábado, 26 de noviembre de 2011
Gracias
"Luego me acaricia y el viento vuelve a soplar sobre la barca del cuadro, que avanza con velas desplegadas hacia un puerto que no conozco pero cuya realidad es para mí tan indudable como aquella mano que me ha acariciado. (...) Gracias, por existir. Gracias, porque eres el ancla que me permite no ir a la deriva y porque además eres la vela que me permite surcar los escollos del mar." D´Avenia
viernes, 25 de noviembre de 2011
Eterna presencia
viernes, 18 de noviembre de 2011
Había vuelto a ser un niño...
—Dispara no más —dijo Edmundo.
—Bueno, anoche me sentía más desdichado que nunca y esa maldita argolla me estaba lastimando como diablo...
—¿Estás bien ahora?
Eustaquio se rió, con una risa muy diferente a la que Edmundo le oyera antes, y se sacó fácilmente la pulsera de su brazo.
—Aquí está —dijo—, y por mi parte, al que le guste que se quede con ella.
Bueno, como te iba diciendo, yo estaba echado, despierto, y preguntándome qué diablos iría a ser de mí. De pronto... Pero, en realidad, puede que todo haya sido un sueño. Yo no sé.
—Sigue —dijo Edmundo con mucha paciencia. —Bueno, de todos modos, miré hacia arriba y vi lo último que habría esperado: un inmenso león se acercaba a mí lentamente. Y lo raro fue que anoche no había luna, pero había luz de luna donde estaba el león. Se me acercaba cada vez más. Yo le tenía mucho miedo. Seguramente pensarás que, siendo un dragón, fácilmente habría podido dejar fuera de combate a cualquier león. Pero no era esa clase de miedo. No temía que me fuera a comer, simplemente le tenía miedo a él... ¿Me entiendes? Bien, llegó muy cerca mío y me miró fijo a los ojos. Y yo cerré los ojos, bien apretados. Pero no sirvió de nada, porque él me dijo que lo siguiera.
—¿Quieres decir que te habló?
—No lo sé. Ahora que tú lo dices, no creo que lo hiciera. Pero de todas formas me lo dijo. Y yo sabía que tenía que hacer lo que me decía, así es que me puse de pie y lo seguí. Me llevó muy lejos por las montañas. Y siempre había ese claro de luna alrededor del león, dondequiera que fuera. Al final llegamos a la cumbre de una montaña que no había visto jamás, y en la cumbre de esa montaña había un jardín, árboles y frutas, y muchas cosas más. Al medio había una fuente. “Supe que era una fuente, porque vi las burbujas de agua que subían desde el fondo, pero era mucho más grande que la mayoría de las fuentes, como un gran baño redondo, con escalinata de mármol que bajaba al fondo. El agua era tremendamente clara; pensé que si me metía adentro y me bañaba, se calmaría el dolor de mi pata. Pero el león me dijo que antes tenía que desvestirme. La verdad es que no tengo la menor idea si dijo alguna palabra en alta voz o no. Estaba a punto de decir que no podía desvestirme, porque no llevaba ropa, cuando me acordé de que los dragones son una especie de serpientes y que las serpientes botan la piel. ¡Oh!, claro, pensé, eso es lo que el león quiere decir. Y empecé a rascarme, y mis escamas empezaron a caer por todas partes; entonces me rasqué un poco más fuerte y, en vez de ser sólo escamas las que caían por aquí y por allá, toda mi piel comenzó a despellejarse maravillosamente, como ocurre después de una enfermedad, o como si yo fuera un plátano. En un par de minutos simplemente me salí de ella. La pude ver tirada detrás de mí, con un aspecto bastante desagradable. Fue una sensación muy deliciosa. Entonces empecé a bajar a la fuente, para darme un baño. Pero apenas iba a poner mi pie en el agua, miré hacia abajo y vi que estaba tan duro, áspero, arrugado y escamoso como antes.
Está bien —me dije—. Quiere decir que tengo puesta otra vestimenta más ligera bajo la primera, y que también debo sacármela. Así es que comencé a rascarme y a desgarrar esta segunda piel, que se soltó a las mil maravillas, y salí de ella y la dejé tirada al lado de la otra y bajé al pozo para darme mi baño.
“Pero ocurrió exactamente lo mismo. Me dije: 'Ay, Dios mío, ¿cuántas pieles más tendré que sacarme?' Ansiaba bañar mi pata. Me rasqué, pues, por tercera vez, y me saqué una tercera piel tal como las dos anteriores, y salí fuera de ella. Pero apenas me vi en el agua, comprendí que no había servido de nada. Entonces el león me dijo, pero no sé si me habló o no: "Tendrás que dejar que te desvista yo." No te puedo decir el miedo que me daban sus garras, pero ya estaba al borde de la desesperación; así es que simplemente me tendí de espaldas, para dejar que él me desvistiera. El primer desgarrón que hizo fue tan profundo, que pensé que había ido directo a mi corazón. Y cuando empezó a arrancarme la piel, sentí el dolor más grande que he tenido en toda mi vida. Lo único que me dio valor para aguantar fue el placer de sentir cómo se despellejaba esa cosa. Tú sabes... si alguna vez te has sacado la costra de una herida. Duele como diablo, pero es tan divertido ver como sale.
—Entiendo perfectamente lo que quieres decir —dijo Edmundo.
—Bueno —continuó Eustaquio—, entonces el león me sacó esa maldita cosa por completo, tal como yo creía haberme arrancado las otras tres, sólo que ésas no me dolieron, y allí quedó tirada en el pasto, pero mucho más gruesa, más oscura y nudosa que las pieles anteriores. Y allí estaba yo, tan terso y suave como una varilla pelada, y más bajo que antes. Entonces el león me agarró, lo que no me gustó mucho, porque estaba muy delicado por dentro ahora que no tenía una piel encima, y me lanzó al agua. Me ardió muchísimo, pero sólo un momento. Después el agua se volvió deliciosa, y en cuanto empecé a nadar y a chapotear, me di cuenta de que el dolor de mi brazo había desaparecido. Y luego vi por qué. Había vuelto a ser un niño. Seguramente pensarás que soy un farsante si te digo lo que me parecían mis propios brazos. Yo sé que no son musculosos y que dejan bastante que desear si los comparas con los de Caspian, pero estaba tan contento de verlos... Después de un momento el león me sacó del agua y me vistió...
—¿Te vistió? ¿Con sus patas?
—Bueno, no me acuerdo muy bien de esa parte. Pero de una forma u otra lo hizo y con ropa nueva; en realidad, la misma que llevó puesta ahora. Y de repente me encontré de vuelta aquí, lo que me hace pensar que todo ha sido un sueño.
— No, no fue un sueño —dijo Edmundo.
—¿Por qué no?
—Bueno, en primer lugar está la ropa y, en seguida, porque has sido desdragonado.
—¿Qué crees que pasó entonces? —dijo Eustaquio. —Creo que has visto a Aslan —respondió Edmundo.
—¡Aslan! —dijo Eustaquio—. Muchas veces he oído mencionar ese nombre desde que nos embarcamos en el Explorador del Amanecer, y yo sentía, no sé por qué, que lo odiaba. Pero entonces yo odiaba todo. Y a propósito, quisiera disculparme, porque me temo que he sido lo más bruto que hay.
—No importa —dijo Edmundo—. Entre nosotros, te diré que no te has portado tan mal como me porté yo en nuestro primer viaje a Narnia. Tú sólo fuiste un burro; en cambio yo fui un traidor.
—Bueno, mejor no me lo cuentes entonces —replicó Eustaquio—, pero dime, ¿quién es Aslan? ¿Lo conoces?
—Bueno..., él me conoce a mí —dijo Edmundo—. Es el Gran León, el hijo del Emperador de Más Allá de los Mares, que me salvó a mí y salvó a Narnia. Todos lo hemos visto, pero Lucía lo ve más a menudo. Y tal vez es al país de Aslan a donde navegamos ahora.
Sería acertado, y casi, casi la verdad, decir que “desde ese momento en adelante, Eustaquio fue un niño diferente”. Para ser realmente precisos, comenzó a ser un niño diferente. Tuvo sus recaídas, y aun había muchos días en que se ponía muy pesado. Pero no haré caso de estas cosas. La cura había empezado.
La travesía del explorador del amanecer.
C.S.Lewis
jueves, 17 de noviembre de 2011
El corazón entero del hombre no es más que un grito
De repente, un grito desgarra mi corazón: ¡Socorro! ¿Quién ha gritado? Aúna tus fuerzas y escucha. El corazón entero del hombre no es más que un grito; inclínate sobre tu pecho para oírlo: alguien en ti lucha y llama. Tu deber es escuchar ese grito día y noche, en medio de tus alegrías y de tus dolores, en medio de las necesidades cotidianas; escucharlo con violencia o con calma, según tu naturaleza, riendo o llorando, sumergiéndote en la meditación o en la acción; y esforzarte en comprender al que llama; Y buscar cómo nosotros, los humanos, podemos organizar nuestras fuerzas para venir en su ayuda. Del fondo de nuestro más grande gozo, alguien grita en nosotros: “¡me duele! ¡Quiero arrojarme fuera de tu gozo! ¡Me ahogo!”. Del fondo de nuestra más profunda angustia, alguien grita en nosotros: “¡no me desespero, lucho! Me desarraigo de la coronilla de tu cráneo, me lanzo fuera de la vaina de tu cuerpo y de la de la tierra; ningún cerebro, ninguna acción, ningún nombre podría contenerme!” Del fondo de la más pura virtud, alguien se alza en nosotros desesperado y grita: “¡la virtud es sofocante, el paraíso demasiado estrecho; tu Dios, demasiado parecido a un hombre! ¡yo no quiero nada de eso! Al son de este grito feroz me yergo: por primera vez el bramido de las cavernas se ha articulado en una voz humana en mis entrañas. Se ha vuelto hacia mí y me ha llamado, por mi nombre, por el de mi padre, por el de mi raza. Éste es el instante decisivo. Ésta es la señal: ponte en marcha. Si no has oído esta voz desgárrate las entrañas, no te pongas en marcha. Con paciencia y sumisión, continúa tu servicio al primero, al segundo y al tercer grado de la preparación. Acerca el oído: durante el sueño, durante el amor, durante la embriaguez o la creación, en un momento de heroica abnegación o de profundo silencio, puedes de repente oír el grito y ponerte en marcha. Hasta ese instante, mi corazón ascendía y descendía con el Universo. Pero tan pronto como percibí el Grito, mis entrañas y el Universo se han escindido en dos campos. Alguien en mí está en peligro; alza los brazos y grita: ¡Sálvame! Alguien en mí asciende, vacila y grita: ¡socorro! ¿Cuál de los dos caminos eternos hay que escoger? Siento bruscamente que de mi decisión depende mi vida; que de mi decisión depende la vida del Universo. Escojo el camino que asciende. ¿por qué? Lo hago sin lógica, sin certidumbre, porque yo sé cuán impotentes, en esos momentos capitales, son el cerebro y las estrechas certidumbres de los hombres. Escogí el camino que sube, porque es hacia lo alto donde me empuja mi corazón. ¡Más alto, más alto, más alto!, grita mi corazón, y yo lo sigo confiadamente. Siento que es esto lo que exige el Grito original. Yo salto a sus lados y confundo mi suerte con la suya. Alguien en mí se esfuerza en levantar un peso y hacer saltar la carne y el espíritu, para triunfar de la pereza, de los hábitos y de la necesidad. Ignoro de dónde viene y a dónde va. En mi frágil pecho, acecho su marcha, oigo su jadeo y tiemblo a su contacto. ¿Qué es esto? Acerco el oído; coloco jalones, olfateo el viento, subo titubeando y jadeando tras el Desconocido. La terrible Marcha mística comienza.
(...) Yo no soy la luz, soy las tinieblas; pero una llama brota del fondo de mis entrañas y me devora. Yo soy la noche que es devorada por la llama
martes, 15 de noviembre de 2011
¿Existe un amor que sea para siempre?
«No consigo concentrarme en nada. Mi sueño se está desmoronando como un castillo de arena cuando sube la marea y lo reduce a escombros de apenas unos centímetros de alto. Mi sueño se ha vuelto blanco, porque Beatrice tiene un tumor. El Soñador dice que tengo que plantear las preguntas oportunas para descubrir mi sueño. ¡Pues probemos con esta mierda de leucemia! ¿Qué coño pintas tú entre mi vida y la de Beatrice? ¿Por qué envenenas la sangre de una vida tan llena que no ha hecho sino empezar? No hay respuesta a estas preguntas. Es así y punto. Y si es así, no sirve soñar (…) Yo con los pies piso el suelo y pisoteo los sueños. El Soñador dice que los sueños tienen que ver con las estrellas: de + sidera, que en latín significa «estrella». ¡Mentiras! La única manera de ver las estrellas no consiste en desear, sino en hacerse daño...»
«Mi sueño es como esas cometas que hacía con papá de pequeño. Meses de preparación y luego nunca volaban. Una sola vez una cometa roja y blanca levantó el vuelo, pero el viento soplaba con tanta fuerza que la cuerda me cortaba la mano y a causa del dolor la solté. Beatrice se está yendo así, arrastrada por el viento. Intento retenerla, pero el dolor que causa la cuerda que la ata a mi corazón se hace cada vez más intenso... »
Blanca como la nieve, roja como la sangre. Alessandro D´Avenia.
martes, 8 de noviembre de 2011
Como una Estrella
"Ángel- ¿No has sido para él, siempre, como una estrella?
Proeza- Lejana.
Ángel- Conductora.
Proeza- No soy más que una brasa bajo la ceniza.
Ángel- ¡te haré una estrella flameante en el soplo del Espíritu Santo!
Proeza- Adiós, entonces, tierra. Adiós mi bienamado. Rodrigo, Rodrigo. Adiós para siempre.
Ángel- ¿Por qué adiós cuando estarás más cerca de él de lo que estás ahora?
Proeza- ¿Pero me deseará todavía?
Ángel- Ya no podrá desearte sin desear al mismo tiempo el lugar en que te halles."
El zapato de raso.
Paul Claudel.
Emergencia de Belleza
“En un mundo sin belleza -aunque los hombres no puedan prescindir de la palabra y la pronuncien constantemente, si bien utilizándola de modo equivocado-, en un mundo que quizá no está privado de ella pero que ya no es capaz de verla, de contar con ella, el bien ha perdido asimismo su fuerza atractiva, la evidencia de su deber-ser realizado; el hombre se queda perplejo ante él y se pregunta por qué ha de hacer el bien y no el mal. [...] En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, también los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su contundencia, su fuerza de conclusión lógica. [...] Y si esto ocurre con los trascendentales, sólo porque uno de ellos ha sido descuidado, qué ocurrirá con el ser mismo? Si Tomás consideraba al ser como "una cierta luz" del ente, no se apagará esta luz allí donde el lenguaje de la luz ha sido olvidado y ya no se permite al misterio del ser expresarse a sí mismo? [...] El testimonio del ser deviene increíble para aquel que ya no es capaz de entender la belleza."
HANS URS VON BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica. 1. La percepción de la forma, Madrid,
Encuentro, 1986, 23-24.
(P. P. Pasolini)
(L. Jonas)