"Scribere me aliquid et devotio iubet"

"Scribere me aliquid et devotio iubet" San Bernardo de Claraval

Ya no le temo al blanco...

"Noto mis palabras libres y a la vez con peso. El peso se lo dan los hechos por los que he pasado, aunque ya se han convertido en alas y plumas que la hacen volar, tan ligera como grave. Sólo ahora que tengo peso, sé volar" Alessandro D´Avenia.

viernes, 25 de diciembre de 2009

es Navidad de nuevo


Cristián Warnken
Jueves 25 de Diciembre de 2008
El juglar de Nuestra Señora

Se acaba la Navidad, y pienso en G. K. Chesterton. El escritor inglés asoma su rostro de viejo pascuero verdadero (tan distinto de nuestros pascueros sudados y cansados de estos días) y enciende, con sus ojos juguetones y profundos, el mundo que parecía gastado y feo. Sí, porque ¿no es la Navidad nacer de nuevo y cargar de poesía lo obvio, lo sencillo, lo que no ven nuestras miradas que envejecen? Chesterton engordó, acumuló achaques propios de la edad, pero lo último en envejecer en él fue su mirada. Un hombre tiene todo el deber y el derecho de envejecer, pero su verdadera conquista, su triunfo, no será la de derrotar el tiempo, fatua pretensión: eso déjenselo a los ridículos "lolosaurios" que hoy abundan por ahí, llenando los gimnasios y gastándoselo todo en hormonas. No: el verdadero éxito de un hombre es impedir a toda costa que la rutina y la costumbre se adhieran como piel gastada, como pátina gris a la vida, acumulando resentimiento y tedio sobre cada día regalado. El objetivo final de todo hombre y de todo viejo será que sus ojos brillen de asombro hasta el final, y que hasta la muerte se sorprenda de esa mirada con la que sale a recibirla el niño sabio e inocente que no da nada por hecho. Un hombre que ha jugado sin parar en la vida sabrá -con imaginación y alegría- sor-tear ese jaque mate grave que nos tiene reservada la muerte. Porque a la muerte no se le gana con pura teología, sino con juglaría. Chesterton hizo el milagro de hacer danzar el tomismo. ¡La pesada "Suma teológica" danzó! Y eso sólo pudo realizarlo un gigante con alma de niño. Los hay pocos, al lado de tanto tonto grave que despoja a la Verdad de su gracia, convirtiéndola en una vieja victoriana, enferma de tedio y sin sentido del humor. Y fea... ¡Pecado mortal!

Sayers diría de Chesterton: "Como si de una bomba benéfica se tratara, hizo saltar por los aires en la Iglesia un buen número de vidrieras de una época poco brillante, para dejar paso a una brisa fresca en que las hojas muertas de la doctrina danzaban con todo el vigor y la falta de decoro del juglar de Nuestra Señora". Chesterton dijo que se había hecho católico porque los católicos bebían vino.

Por eso salió airoso de la batalla que la mayoría de nosotros declaramos perdida antes de tiempo: la de no dejar de ser sorprendidos por la realidad. Eso explica por qué hasta sus opositores más enconados en materias teológicas y literarias salieron a llorar a las calles de Londres cuando Chesterton murió. ¿Cómo iba a estar muerto un hombre que vivía y amaba las paradojas de las vidas, y que las abrazaba danzando, con su panza gozosa y henchida de buen vino católico?

El célebre cuadro de Sir James Gunn, que se encuentra en la National Portrait Gallery de Londres, muestra a Chesterton junto a sus grandes amigos Maurie Baring e Hilarie Belloc. Católicos que fumaban, bebían vino, cultivaban las paradojas y hacían de la ortodoxia una fiesta y no una rutina grave. ¡Qué tiempos! Cuando los veo, los comparo con los escritores europeos de hoy, que perdieron toda inocencia y se curtieron de sofisticados cinismos; o con los católicos que tienen fe, pero se olvidaron de la belleza y la alegría. ¿No podrían resucitar los tres amigos para poner de nuevo el mundo patas arriba, o sea, en perfecto orden? Chesterton dijo que teníamos que pararnos de cabeza para ver el mundo por primera vez. ¿De qué nos sirve habernos erguido en algún momento de la evolución si no podemos volar? ¿O vinimos a la tierra a calentar el asiento? En vez de tanto management, de tanta autoyuda y talleres de realización individual y empresarial para tiempos de crisis, iniciemos cada día parándonos de cabeza y leamos a Chesterton. Y tomemos con él hasta embriagarnos todo el vino de la misa, sin dejar ninguna mezquina gota al fondo de este cáliz. Sólo entonces será Navidad de nuevo.

esta la escribió en la Navidad del año pasado... es mi favorita, no solo porque trate de Chesterton, sino porque con certeza cada vez que la leo digo que esos hombres sí existen...y que hoy es Navidad, de nuevo. bebamos de esta copa "sin dejar ninguna mezquina gota al fondo de este cáliz".
un abrazo, les deseo una bella Navidad.


martes, 22 de diciembre de 2009

Navidad: La fiesta de los hombres

Giotto di Bondone, ( 1266 - 1337)

BARIONÁ, EL HIJO DEL TRUENO

Frases escogidas

Barioná: La sabiduría me dijo: el mundo no es más que una caída interminable., el mundo no es más que una mota de polvo que no termina nunca de caer. Las personas y las cosas aparecen de repente en un punto de la caída y, apenas aparecidos, son arrastrados por esta caída universal y empiezan también a caer, se atomizan y se deshacen. Mi sabiduría me ha dicho: la vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido siempre para mal y la mayor locura del mundo es la esperanza.

Tenemos que acostumbrar nuestras almas a la desesperanza: no haremos más niños. No queremos perpetuar la vida ni prolongar los sufrimientos de nuestra raza (pp. 102-103)

Barioná: ¿Osaríais crear vidas jóvenes con vuestra sangre podrida? ¿Queréis refrescar con hombres nuevos la interminable agonía del mundo? Y deseo que nuestro ejemplo sea el origen de una nueva religión, la religión de la nada (p. 104-105).

Barioná [a la esposa, Sara, que le anuncia que está embarazada de él]: Es por tu alegría por lo que quieres dar a luz, no por la suya. No le amas lo suficiente.

Sara: Le amo ya, tal y como puede ser. Aquel a quien espero no lo he elegido y, sin embargo, lo espero. Le amo por adelantado, aunque sea feo, aunque sea ciego.

Barioná: Si le amas, ten compasión de él. Déjale dormir el sueño tranquilo de los no nacidos.

Sara: Quiero darle también el sol y el aire fresco y las sombras violetas de las montañas y la risa de las niñas. Te lo ruego, deja que nazca un niño, deja que el mundo tenga, de nuevo, una oportunidad.

Barioná: ¡Cállate! Es una trampa. Siempre creemos que hay una oportunidad más. (...) Los naipes están marcados de antemano. La miseria, la desesperanza, la muerte, esperan en cada esquina (pp. 107-108)

Barioná [a su esposa]: Este niño que tú quieres hacer que nazca es como una nueva edición del mundo. A través de él, las nubes y el agua y el sol y las casa y el dolor de los hombres existirán una vez más. Vas a recrear el mundo. ¿Comprendes qué enorme incongruencia, qué monstruosa falta de sensibilidad, sería traer nuevos seres a este mundo fallido? Tener un niño es aprobar la creación en el fondo del corazón, es decirle al Dios que nos tortura: “Señor, todo está bien y te doy gracias por haber creado el universo”. ¿Verdaderamente quieres cantar ese himno? La existencia es una lepra vergonzosa que nos roe a todos, y nuestros padres han sido los culpables.

Mi corazón está cansado de la espera y no se desprende uno fácilmente de la desesperanza una vez que se ha probado (pp. 110-112)

El Ángel: Escuchad: es en Belén, en un establo. Hay en el cielo un gran vacío y una gran espera. Guardad silencio porque el cielo se ha vaciado por completo, como un gran agujero, está desierto y los ángeles tienen frío.

¡Ya está! ¡Ha nacido! Su espíritu infinito y sagrado está prisionero en un cuerpo de niño todo sucio y se extraña de sufrir y de ignorar. Ahí está. Nuestro soberano ahora es simplemente un niño. Un niño que no sabe hablar. Les ha llegado a los hombres la hora de la alegría. No tengáis miedo (p. 125).

Caifás: Esta es una noche bendita entre todas, fecunda como el vientre de una mujer, joven como la primera noche del mundo, porque todo vuelve a empezar de nuevo (p. 130).

Barioná: He blindado mi corazón con una triple coraza: contra los dioses, contra los hombres y contra el mundo. No pediré compasión ni diré gracias. No doblaré mi rodilla delante de nadie, pondré mi dignidad en mi odio.

Aunque el Eterno me hubiese mostrado su rostro entre las nubes, me negaría a escucharle porque soy libre; y contra un hombre libre, ni el mismo Dios puede nada. Puede reducirme a polvo o prenderme como una tea, puede hacer que me retuerza en mis sufrimientos como el sarmiento en el fuego, pero no puede nada contra este pilar acerado, contra esta columna inflexible: la libertad del hombre (p. 135).

Barioná: ¿Y a quién esperáis? A un rey, a un poderoso de la tierra que aparecerá en toda su gloria y atravesará el cielo como un cometa, precedido de un resonar de trompetas. Y, ¿qué os ofrecen? Un niño miserable, sucio, gimiendo en un establo, con briznas de paja clavadas en sus pañales. ¡Ah! ¡Bonito rey! Id, bajad, bajad a Belén, seguramente valga la pena el viaje.

Volved a casa, buena gente, y en adelante mostrad algo más de discernimiento. El Mesías no ha venido y, qué queréis que os diga, no vendrá nunca. Este mundo es una caída interminable. El Mesías sería alguien que parase esta caída, alguien que invirtiera de repente el curso de la cosas.

Sólo tengo una certeza, y es que todo seguirá cayendo siempre: los ríos hacia el mar, los pueblos antiguos bajo la dominación de los jóvenes, las empresas humanas hacia la decrepitud y nosotros hacia la infame vejez. Volved a casa (p. 138)

Mirad a vuestra desperanza a la cara, porque la dignidad del hombre está en su desesperanza (p.142).

Baltasar [rey mago, se dirige a Barioná]: Veo en tu cara que has sufrido y veo también que te ha complacido en tu dolor. Tus rasgos son nobles, pero tus ojos están medio cerrados y tus oídos parecen taponados. Veo en tu rostro la pesadumbre que se percibe en los ciegos y los sordos. Míranos: nosotros también hemos sufrido y somos sabiso entre los hombres. Pero cuando una estrella nueva se ha elevado, hemos dejado nuestros reinos sin dudarlo, la hemos seguido y vamos a adorar nuestro Mesías.

Barioná, tú sufres. Cristo ha bajado a la tierra por ti. Por ti más que por cualquier otro, porque tú sufres más que cualquier otro.

Ésa es tu desesperanza: rumiar el instante fugaz, mirarte el ombligo con una mirada rencorosa y estúpida (p.142)

Sara: Te amo, Barioná. Pero compréndeme. Allí hay una mujer feliz y plena, una madre que ha dado a luz por todas las madres y lo que ella me ha dado es como un permiso: el permiso de traer a mi hijo al mundo. Quiero ver a esa madre feliz y sagrada, quiero verla. Ella ha salvado a mi hijo. Nacerá, ahora lo sé. ¿Dónde?, poco importa. Al borde de un camino o en un establo, como el suyo. Y sé también que Dios está conmigo (pp. 145-146)

Barioná: ¡Un Dios que se transforma en hombre! ¡Qué idiotez! No veo qué podría tentarle de nuestra condición humana. Los dioses viven en el cielo, completamente ocupados en gozar de ellos mismos. Y si les diera por descender entre nosotros, lo harían bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago. ¿Se cambiaría un Dios en hombre? El Todopoderoso, en el seno de su gloria, ¿contemplaría a estas pulgas que pululan sobre la vieja costra de la tierra y que la ensucian con sus excrementos y diría: quiero ser uno de esos gusanos? No me hagas reír. ¿Un Dios que se rebaja a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre? (p. 147)

Un Dios-Hombre, un Dios hecho de nuestra carne humillada, un Dios que aceptase conocer este sabor amargo que hay en el fondo de nuestra boca cuando todos nos abandonan, un Dios que aceptase por adelantado sufrir lo que yo sufro ahora... ¡Venga ya!, es una locura. (p. 150)

Barioná.- Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre Él y yo algo así como un lazo de sangre, y no tendría vida suficiente para demostrarle mi agradecimiento: Barioná no es un ingrato. Pero, ¿qué Dios sería lo suficientemente loco para eso? No el nuestro, desde luego. Siempre se ha mostrado más bien distante (...) Un Dios hombre, un Dios hecho de nuestra carne humillada, un Dios que aceptase conocer este sabor amargo que hay en el fondo de nuestra boca cuando todos nos abandonan, un Dios que aceptase por adelantado sufrir lo que yo sufro ahora...¡Venga ya!, es una locura...

Narrador: He aquí a la Virgen, y aquí José, y aquí el niño Jesús. La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que pintar en su cara sería un gesto de asombro lleno de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en rostro humano. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo ha llevado en su seno, y ella le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Dios. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que El es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: “¡Mi pequeño!”. Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Porque todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten como exiliadas ante esa vida nueva que han hecho con su vida, pero en la que habitan pensamientos ajenos. Mas ningún niño ha sido arrancado tan cruel y rápidamente de su madre como éste, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar.

Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y fugaces, en los que siente a la vez, que Cristo es su hijo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: “este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mi”

Y ninguna mujer, jamás ha disfrutado así de su Dios, un Dios al que se puede tocar; y que vive. Si fuera pintor trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella acerca el dedo para tocar la dulce y suave piel de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe.

A José no le pintaría. Plasmaría sólo una sombra, al fondo del establo, y dos ojos brillantes. Está en adoración y está feliz de adorar y se siente un poco exiliado.

Creo que sufre sin confesarlo. Sufre porque ve cuánto se parece a Dios la mujer que ama y hasta qué punto está ya del lado de Dios. Porque Dios ha explotado como una bomba en la intimidad de esa familia. José y María están separados para siempre por este incendio de claridad. Y toda la vida de José, imagino, será aprender a aceptar.

Mis buenos señores, ahí está la Sagrada Familia (pp. 162-164)

Barioná [que ha ido a matar al niño]: Ahí está. Ése es José, completamente callado y tan enérgico, con su silueta negra y sus ojos claros. ¡Ah! Nunca podría estrangular esta vida joven. Primero no tendría que haberla visto a través de la mirada de su padre. La mujer está de espaldas y no veo al niño. Imagino que está sobre sus rodillas. Pero veo al hombre. ¡Es verdad! ¡Cómo la mira! ¡Con qué ojos! ¿Qué puede haber detrás de esos dos ojos claros, claros como dos ausencias en una cara dulce y a la vez curtida? ¿Esperanza? Yo no traigo esperanza. Qué nubes de horror subirían desde lo más profundo de sí mismo para oscurecer esos dos retazos de cielo, si me vieses estrangular a su hijo. No he visto todavía a ese niño y ya sé que no voy a tocarle. Para reunir el valor con el que apagar esa pequeña vida entre mis dedos, no tendría que haberme fijado antes en los ojos de su padre. Estoy vencido (p.170).

Barioná: Algo acaba de comenzar. ¿Hay algo más conmovedor para el corazón de un hombre que el comienzo de un mundo, que la incipiente juventud, que el comienzo de un amor, cuando todo es todavía posible, cuando el sol, antes del amanecer, flota en el aire y en las caras como un fino polvo y cuando se presienten en la frescura agria de la mañana las promesas de un nuevo día?

En este establo se levanta una nueva mañana... en este establo ya ha amanecido (p. 173).

Baltasar: Cristo ha nacido para todos los niños del mundo, Barioná, y cada vez que un niño va a nacer, Cristo nacerá en él y por él, eternamente, para ser golpeado con él por todos los dolores y para escapar en él y por él, eternamente, de todos los dolores. Porque incluso para los ciegos, y para los parados, y para los prisioneros de guerra, y para los mutilados, existe la alegría. (p. 179-180)

Sara: ¡Mi niño, Dios mío, mi pequeño! Tú, a quien amé como si fuese tu madre (...) ¡oh, Dios, que te has hecho mi hijo! ¡oh, hijo de todas las mujeres. Eras mío, mío, me pertenecías todavía más que esta flor de carne que eclosiona dentro de mi carne. Eras mi niño y el destino de este hijo que duerme en el fondo de mi, y mira, se han puesto en marcha para matarte [los soldados de Herodes están matando a los recién nacidos ] (p. 183).

Barioná: No quiero morir. No tengo ninguna gana de morir. Querría vivir y disfrutar de este mundo que me ha sido descubierto, y ayudarte a educar a nuestro hijo. Pero quiero impedir que maten a nuestro Mesías y estoy convencido de que no tengo elección: no puedo defenderle más que dando mi vida.

Sara, vamos a separarnos sin lágrimas. Al contrario, tienes que alegrarte, porque Cristo ha nacido y tu hijo va a nacer.

Y te doy un mensaje para él. Más tarde, cuando haya crecido, cuando te hable de un cierto sabor a hiel en el fondo de su boca, dile: “Tu padre sufrió todo eso que tú sufres ahora y murió en la alegría.

¡En la alegría! Me desborda la alegría como una copa rebosante. Soy libre, tengo mi destino en mis manos. Voy contra los soldados de Herodes y Dios viene a mi lado. Soy ligero, Sara, ligero. ¡Ah, si supieras cuán ligero soy! ¡Oh, Alegría, Alegría! Llora de alegría. Adiós, mi dulce Sara. Levanta la cabeza y sonríeme. Tenemos que ser dichosos: te quiero y Cristo ha nacido. (pp. 188-189)


viernes, 11 de diciembre de 2009

No abandonarte a nuestra resignación, no acostumbrarnos a tu ausencia, a tu milagro

«Todos nuestros deseos de infancia resisten, se desgarran, duelen; pero hay que decir con mucha claridad cuán fuertemente sentimos esos días en que entramos en nuestra condición de hombres, con el sufrimiento transfigurado (el otro es terrorífico, no es del que hablo) [aquella niña inerte les transforma en hombres, genera una experiencia por la que incluso un genio se siente transformado en hombre].

Uno de mis recuerdos más extraordinarios es el rostro con el que un día me anunció X la muerte de su hijo, de la que se había enterado hace dos horas. Una especie de alegría soberana sobre una conmoción total, pero que había dejado de ser conmoción, un rostro real y de candor, una simplicidad de niño pequeño. Ninguna palabra sobre la alegría del sufrimiento hará comprenderla como haber visto una vez un rostro tan próximo a la cima de su existencia. Pase lo que pase, éste es el milagro que nosotros podemos realizar por nuestra pequeña; para merecer el milagro que vendrá de todas formas puesto que lo pedimos de buena voluntad, sea el milagro visible de la curación o el milagro invisible a través de una fuente infinita de gracia cuyas maravillas conoceremos un día. Nada se parece más a Cristo que la inocencia sufriente» (a Pulette, 16 de abril de 1940).

«Presencia de Francoise. Historia de nuestra pequeña Francoise, que parece deslizarse por días sin historia.

El primer aprendizaje fue superar la psicología de la desgracia. Este milagro se rompió un día, esta promesa sobre la que se cerró la ligera puerta de una sonrisa truncada, de una mirada distraída y de una mano sin proyectos, no, no es posible que sea un azar, un accidente. “Le ha sobrevenido una gran desgracia”. Pero no era una desgracia: alguien muy grande nos ha visitado. No nos hemos dado sermones. No había más que guardar silencio ante este nuevo misterio que poco a poco nos ha impregnado de su alegría. Muchas veces he tenido la sensación, cuando me acercaba a la cuna, de acercarme a un altar, a algún lugar sagrado donde Dios hablaba por medio de un signo. Me invadía una tristeza penetrante y profunda, pero a la vez ligera y transfigurada. Y en torno a ella, no tengo otra palabra, me he postrado en adoración. Con toda seguridad, nunca he conocido de forma tan intensa el estado de plegaria como cuando mi mano le hablaba a esa frente que no respondía nada, cuando mis ojos han osado dirigirse hacia esta mirada ausente, que llevaba lejos, lejos por detrás de mí, no sé qué acto emparentado con la mirada, un acto que veía mejor que la mirada. [...] Durante mucho tiempo hemos preferido la muerte de Francoise a que permaneciera tal y como estaba. ¿No es esto sentimentalismo burgués? ¿qué quiere decir para ella “ser feliz”? ¿quién sabe si no se nos ha pedido que guardemos y adoremos una ostia entre nosotros, sin olvidar la presencia divina bajo una pobre materia ciega? Mi pequeña Francoise, tú eres para mí la imagen de la fe. Aquí abajo la conoceréis enigmática y como un espejo.

En esta historia, nuestra desgracia ha tomado un aire de evidencia, una familiaridad aseguradora o, mejor, no es ésta la palabra, una familiaridad comprometida: una llamada que no depende ya de la fatalidad.

Llegó la guerra y anegó nuestra desgracia en la gran calamidad común. Así, sumergida, el peso se ha hecho más ligero. La guerra a deparado a P los momentos más atroces de la soledad y angustia en septiembre y en abril. Pero, a pesar de esos momentos, esa guerra ha acabado de curarnos de la enfermedad de Francoise. Tantos inocentes desgarrados, tantas inocencias pisoteadas; esta niña inmolada día a día constituía quizás nuestra verdadera presencia en el horror de los tiempos. No se puede solamente escribir libros. Es preciso que la vida nos arranque periódicamente de la estafa del pensamiento, el pensamiento que vive sobre los actos y los méritos de otro.

Ahora que la amenaza de abril se ha alejado, ahora que parece que debemos continuar juntos. Francoise, hija mía, sentimos una nueva historia interviene en nuestro diálogo: resistimos a las formas fáciles de la paz firmada con el destino, seguir siendo padre y tu madre, no abandonarte a nuestra resignación, no acostumbrarnos a tu ausencia, a tu milagro; darte tu pan cotidiano de amor y de presencia, proseguir la plegaria que tú eres, reavivar nuestra herida, puesto que esta herida es la puerta de la presencia, permanecer contigo.

Quizá sea necesario que nos envidien esta paternidad titubeante, este diálogo inexpresado, más hermoso que los juegos habituales» (conversaciones X, 28 de agosto de 1940).


No abandonarte a nuestra resignación, no acostumbrarnos a tu ausencia, a tu milagro...

SEVILLANAS DEL ADIÓS

I 
Algo se muere en el alma
 cuando un amigo se va 
y va dejando una huella
 que no se puede borrar 
 II
 Un pañuelo de silencio 
a la hora de partir 
porque hay palabras que hieren 
y no se deben decir 
 III 
El barco se hace pequeño
 cuando se aleja en el mar
 y cuando se va perdiendo 
que grande es la soledad 
 IV
 Ese vacío que deja el amigo 
que se va es como un pozo sin fondo 
que no se vuelve a llenar  
ESTRIBILLO: 
No te vayas todavia no te vayas,
 por favor no te vayas todavia 
que hasta la guitarra mía 
llora cuando dice adiós.

sevillanas del adiós

martes, 8 de diciembre de 2009

Somos como plantas cuya única elección consiste en colocarse o no a la luz

Simon Weil


"Tener la sensación de haber desobedecido a Dios significa simplemente haber dejado de desear la obediencia por un tiempo. Naturalmente, en circunstancias iguales, un hombre no realiza las mismas acciones según dé o no dé su consentimiento a la obediencia; lo mismo que una planta, en circunstancias iguales, no crece de la misma forma si está a la luz o en la oscuridad. La planta no ejerce ningún control, ninguna elección respecto a su crecimiento. Somos como plantas cuya única elección consiste en colocarse o no a la luz.

Cristo nos ha propuesto como modelo la docilidad de la materia, poniéndonos como ejemplo los lirios del campo que no labran ni hilan. Es decir, que no se han propuesto adquirir uno u otro color, que no han puesto su voluntad en movimiento ni han ordenado medios a tal fin, sino que han recibido todo lo que la necesidad natural les aportaba. Si nos parecen infinitamente m´as bellos que unos suntuosos tejidos no es por ser más lujosos sino por su docilidad. También la tela es dócil, pero dócil al hombre, no a Dios. La materia no es bella cuando obedece al hombre sino cuando obedece a Dios. Si en ocasiones aparece en una obra de arte casi tan bella como en el mar, en las montañaas o en las flores, es porque la luz de Dios se ha posado en el artista. Para encontrar bellas las cosas fabricadas por hombres no iluminados por Dios, es preciso haber comprendido con toda el alma que esos hombres no son sino materia que obedece sin saberlo. Para quien se encuentra en ese punto, todo sin excepci´on es perfectamente bello en este mundo; discierne el mecanismo de la necesidad y saborea en ella la dulzura infinita de la obediencia en todo lo que existe, en todo lo que se produce. Esta obediencia de las cosas es para nosotros, en relación a Dios, lo que es la transparencia de un cristal en relaci´on a la luz. Desde el momento en que sentimos la obediencia en todo nuestro ser, vemos a Dios." Simon Weil. El amor a Dios y la desdicha.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Es todo un Pueblo

Wenderer (me gusta mucho esta pintura, aunque aún no la comprendo del todo)


"El inexorable amor me tiene sujeto de pelos.

Ya que soy tuyo, ¡enséñame tu rostro!

Puesto que me sujetas las manos, ¿qué quieres Tú que haga?

Tú me has llamado, dime qué quieres."



LA MADRE: -¿Qué puede un solo peregrino?

ANNE VERCORS:- ¡Yo no estoy solo! ¡Es un alegre y gran pueblo el que parte conmigo! ¿El pueblo de todos los muertos conmigo, esas almas superpuestas de las que no queda más que la piedra, todas esa piedras bautizadas conmigo que reclaman su asiento! Y, ya que es cierto que el cristianismo no está loso, sino en comunión con todos sus hermanos, es todo el Reino conmigo el que está llamado y atraído por el Trono de Dios y el que toma sentido y dirección hacia él, y del que soy diputado y que llevo conmigo para extenderlo de nuevo sobre el eterno patrón.

(de La anunciación a María. Paul Claudel)

martes, 1 de diciembre de 2009

la Piedra

Wanderer


Coros de la Piedra

“Entonces llegó un momento predeterminado,

un momento en el tiempo y del tiempo,

un momento no fuera del tiempo, sino en el tiempo,

en lo que llamamos historia: cortando,

bisecando el mundo del tiempo, un momento en el tiempo

pero no como un momento del tiempo, pero el tiempo se hizo

mediante ese momento, pues sin el significado no hay tiempo,

y ese momento del tiempo dio el significado.

Entonces pareció como si los hombres debieran

avanzar de la luz a la luz, en la luz de la Palabra,

a través de la Pasión y el Sacrificio salvados a pesar

de su ser negativo; bestiales como siempre, carnales,

buscándose a sí mismos como siempre, egoístas y

cegados como siempre,

pero siempre luchando, siempre reafirmándose,

siempre reanudando la marcha por el camino iluminado por la luz;

a menudo deteniéndose, vagueando, perdiéndose,

retardándose, volviendo, pero sin seguir otro camino”[1]

“Y pareció que los hombres iban a avanzar siempre ´de la luz a la luz´, siempre dispuestos a retomar, a pesar de todo, el camino iluminado, caminando como podían, pero siempre tras la estela de ese Acontecimiento sin comparación posible. Pero algo ha sucedido:”[2]

“pero parece que ha pasado algo que no había

pasado nunca: aunque no sabemos bien cuándo,

ni por qué, ni cómo, ni dónde.

Los hombres han dejado a Dios no por otros dioses,

Dicen, sino por ningún Dios; y eso no había ocurrido nunca,

Que los hombres a la vez negasen a los dioses y

Adorasen a dioses, profesando primero la Razón,

Y luego el Dinero, y el Poder, y lo que llaman Vida,

O Raza, o Dialéctica.

La Iglesia renegada, la torre derribada, las campanas

Volcadas, ¿qué tenemos que hacer

Sino estar parados con las manos vacías y las palmas

Hacia arriba en una edad que avanza progresivamente hacia atrás?...

Estéril y vacío. Y tiniebla sobre la faz

De lo profundo.

¿Ha fallado la Iglesia a la humanidad, o la humanidad ha fallado a la Iglesia?

Cuando a la Iglesia ni se la considera ya, ni se

oponen siquiera a ella, y los hombres han olvidado

a todos los dioses excepto la Usura, la Lujuria y el

Poder.”[3]


[1] T.S. Eliot. La piedra. p.181-182

[2] Luigi Giussani. La conciencia religiosa del hombre moderno. p.14

[3] T.S. Eliot. La piedra. p.182- 183.





"Todo yo soy una pregunta a la que no sé dar respuesta"
(P. P. Pasolini)



"Él poseía una ingenuidad que le permitía mirar las cosas de nuevo, como si nadie las hubiese contemplado antes que él. Contemplaba al mundo con ojos nuevos, asombrados".
(L. Jonas)