
"Praevenit, sustinet, implet; ipse facit ut desideres, ipse est quod desideras" San Bernardo
"Scribere me aliquid et devotio iubet"
Ya no le temo al blanco...
jueves, 22 de octubre de 2009
Corazón insaciable

lunes, 19 de octubre de 2009
He visto con mis ojos

domingo, 18 de octubre de 2009
El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona

HIPERIÓN”, (diálogo entre Hiperión y Belarmino). Federico Hölderlin.
(…)
Hiperión: Ser uno con todo, esa es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre.
Ser uno con todo lo viviente, volver en un feliz olvido de sí mismo al todo de la naturaleza, esa es la sima de los pensamientos y de las alegrías.
Esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el medio día pierde su calor sofocante y el trueno su voz y el viviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.
A menudo alcanzo esta cumbre Belarmino, pero un momento de reflexión basta para despeñarme de ella, para caer.
Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas, a vuestros colegios.
La ciencia, a la que perseguí a través de las sombras, de la que esperaba con la insensatez de la juventud, la confirmación de mis alegrías más puras, es la que me ha estropeado todo.
Me dio mucha tristeza enterar de su partida (el jueves), porque justo cuando me enteré de su existencia (el día miércoles), de su grandeza, y quise buscarla ya no estaba más(había muerto el lunes)... por lo menos no en el departamento que está al lado del mío, el Centro de Estudios Clásicos de la UMCE... espero, con ardiente paciencia nuestro encuentro, de seguro que el Dios que tanto amamos, y que de seguro la quiso tanto a usted, que la quiso antes, y la quiere más hoy, nos presentará allá, donde sólo Él nos puede llevar: Su Eterna Morada, que es hoy su Hogar.
Adiós Giuseppina, y gracias, porque aún sin haberla conocido no sabe el impacto, el juicio que ha provocado en mí. Aunque esto, usted, ya debe saberlo, aún cuando mis labios no pronuncien palabra... usted sabía que el silencio es petición, sabía del silencio y de Su Voz más que nosotros... ¿cuál es el secreto?
A Giuseppina Grammático: Gracias

... creë d˜ se p£nta puq˜sqai
¹m›n )Alhqe…hj eÙkukl˜oj ¢trem›j Ãtor
ºd› brotîn dÒxaj, ta‹j oÙk šni p…stij ¢lhq»j
“…es necesario que tú aprendas todas las cosas,
tanto el corazón imperturbable de la Verdad toda redonda
como las opiniones de los mortales, en las que no hay certeza fidedigna”.
Parménides: Perí physeos. Proemio, 28-30
… doctus, fidelis
suauis homo, … uerbum
paucum, multa tenens antiqua, sepulta, uetustas
quem fecit et mores ueteresque nouasque tenentem,
… leges diuumque hominumque…
“…(admirable es) el hombre culto, fiel,
amable, de pocas palabras,
experto en muchas doctrinas antiguas, olvidadas,
a quien la edad hizo conocedor de costumbres viejas y nuevas,
…de leyes divinas y humanas…”
Ennio: Annales, VIII, 166 ss.
Me dio mucha tristeza enterarme de su partida (el jueves), porque justo cuando me enteré de su existencia (el día miércoles), de su grandeza, y quise buscarla ya no estaba más(había muerto el lunes)... por lo menos no en el departamento que está al lado del mío, el Centro de Estudios Clásicos de la UMCE... espero, con ardiente paciencia nuestro encuentro, de seguro que el Dios que tanto amamos, y que de seguro la quiso tanto a usted, que la quiso antes, y la quiere más hoy, nos presentará allá, donde sólo Él nos puede llevar: Su Eterna Morada, que es hoy su Hogar.
Adiós Giuseppina, y gracias, porque aún sin haberla conocido no sabe el impacto, el juicio que ha provocado en mí. Aunque esto, usted, ya debe saberlo, aún cuando mis labios no pronuncien palabra... usted sabía que el silencio es petición, sabía del silencio y de Su Voz más que nosotros... ¿cuál es el secreto?
lunes, 5 de octubre de 2009
A veces cuando se pierde...se gana...

Crear vínculos... o descubrirlos...

XX
Pero sucedió que el principito, habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la morada de los hombres.
—¡Buenos días! —dijo.
Era un jardín cuajado de rosas.
—¡Buenos días! —dijeran las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!
—¿Quiénes son ustedes? —les preguntó estupefacto.
—Somos las rosas —respondieron éstas.
—¡Ah! —exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín!
Si ella viese todo esto, se decía el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también... "
Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe... " Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.
XXI
Entonces apareció el zorro:
—¡Buenos días! —dijo el zorro.
—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah, perdón! —dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
—¿Qué significa "domesticar"?
—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
—¿Crear vínculos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
—¿En otro planeta?
—Sí.
—¿Hay cazadores en ese planeta?
—No.
—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
—No.
—Nada es perfecto —suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.
—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.
jueves, 1 de octubre de 2009
¿Soñador?

Cuánto más te comprendo hoy Soñador, no eres ingenuo al desear el bien de Nástenka, eres realista y sufres tu dolor hasta las entrañas, pero amas tu vida más que nunca, porque el dolor hace ver... a Nástenka no la entiendo, creo que ya no te ve... pero tú viste algo, la viste a ella ¡te viste a ti!: ¿Cómo volver al sueño, si no ha sido ahí, sino en la realidad –realidad sufriente- donde he vivido los días más felices de mi vida?. Sin embargo, al final, tienes que reconocer, Soñador, que ya no hablas para ella, hablas para Otro. Metanoia.
La mañana
Mis noches terminaron una mañana. El día se presentó crudo y desapacible. La lluvia repiqueteaba, monótona, en los cristales de mi ventana. En el cuartucho reinaba la oscuridad, y las calles estaban sombrías. La cabeza me dolía y me daba vueltas. La fiebre se iba apoderando de todo mi cuerpo.
-Hay una carta para ti. Ha venido por correo –me dijo Matriona, de pie ante mí.
-¡Una carta! ¿De quién puede ser? –grité, levantándome de la silla.
-¿Qué puedo saber yo, señorito? Míralo tú, que ahí debe venir escrito.
Rompí el sobre ¡era de ella!
“¡Oh, perdóneme, perdóneme! –me escribía Nástenka-. De rodillas le suplico que me perdone. Le he engañado a usted, y también a mí misma. Ha sido un sueño, una visión... hoy me he atormentado pensando en usted. ¡Perdóneme, perdóneme! No me condene: en nada ha cambiado mi actitud para con usted; le dije que le amaría, y sigo amándole. Decir que le amo sería poco. ¡Dios mío, si pudiera quererle a los dos a un mismo tiempo! ¡Si usted fuera él!”
“Si él fuera usted”, cruzó la idea por mi mente. Eran tus propias palabras, Nástenka.
“Dios es testigo de lo que yo sería capaz de hacer por usted. Sé que debe estar triste y pesaroso. Le he ofendido, pero usted no ignora que quien ama no tarda en perdonar las ofensas. Y usted me ama.
¡Gracias, gracias por su amor! Gracias porque su amor se ha grabado en mi memoria, en la que perdura como un dulce sueño que se evoca largamente después del despertar; porque recordaré siempre el instante en que usted me mostró fraternalmente su corazón y aceptó con tanta generosidad el mío, muerto y lacerado, para cuidarlo, acunarlo y volverlo a la vida... si usted me perdona, su recuerdo tendrá en mi alma la exaltación sublime de un sentimiento de eterna gratitud que jamás disipará... conservaré este recuerdo sagrado, le seré fiel y no le traicionaré, pues ello equivale a traicionar a mi corazón, que es leal sobremanera: ayer se apresuró a retornar a manos de quien era su dueño.
Nos veremos; vendrá usted a visitarnos; no nos abandonará, y será siempre mi amigo, mi hermano... ¿verdad que cuando volvamos a encontrarnos me dará usted la mano? ¿no es cierto que me la dará, que me ha perdonado? ¿sigue usted amándome como antes?
¡Oh, ámeme, no me abandone! ¡le quiero tanto en estos momentos, ámeme amigo mío, que soy digna de su amor y lo mereceré! Dentro de una semana me caso con él. Ha vuelto enamorado como siempre, y nunca me olvidó... no se enfade porque le hable de él. Deseo ir a verle a usted en su compañía. ¿verdad que le tomará usted afecto?
Perdónenos y recuerda y quiera a su Nástenka”
Estuve largo rato leyendo y releyendo aquella carta. Las lágrimas pugnaban por salir de mis ojos. Finalmente, el papel se me cayó de las manos, y oculté en ellas la cara.
-¡Señorito, eh, señorito! –me llamó Matriona.
-¿Qué pasa, vieja?
-Pues que he quitado todas las telarañas del techo. Ahora ya puedes casarte o traer invitados sin miedo a nada, porque...
Estuve contemplándola un momento... era todavía una mujer diligente y ágil, lo que se llama una vieja joven, pero, no sé por qué razón, me la figuré en aquel momento con los ojos apagados, llena de arrugas la cara, en corvado el cuerpo, decrépita toda ella. Tampoco sé explicarme el motivo de que también mi habitación pareciera haber envejecido súbitamente, como la sirvienta. Las paredes y el piso estaban descoloridos, todo tenía un aspecto lúgubre; y las telarañas se habían multiplicado. Sin saber por qué, al mirar por la ventana, se me antojó que el edificio de enfrente se mostraba más vetusto y descolorido, que el estuco de las columnas se había agrietado y caído a pedazos, que las cornisas, ennegrecidas, estaban desconchadas, y que las paredes, antes de un intenso amarillo oscuro, aparecían ahora con rodales multicolores.
Ya fuera porque un rayo de sol, que por un instante asomó tras una nube, se había ocultado nuevamente tras los negros nubarrones cargados de lluvia, entenebreciéndolo todo, o porque ante mis ojos cruzó, rauda, la lóbrega y triste perspectiva de mi porvenir, lo cierto es que me vino la imagen de como soy ahora, al cabo de quince años: avejentado, en el mismo cuartucho, completamente solo y con la única compañía de Matriona, que, a pesar de los años transcurridos desde entonces, no tiene pizca más de juicio.
Pero ¡cómo guardarte rencor por aquella ofensa, Nástenka! ¡Cómo arrojar sobre ti una nube oscura que pudiera turbar tu felicidad, plácida y radiante! ¡Cómo lanzarte amargos reproches que entristecerían tu corazón suscitando en él un oculto remordimiento y haciéndole palpitar angustiado en los momentos de ventura! ¡cómo osaría yo siquiera rozar una de las tiernas florecillas que prendiste de tus negros cabellos para ir con él ante el altar! ¡jamás, jamás! ¡que tu cielo se mantenga siempre claro! ¡que tu dulce sonrisa sea siempre radiante y apacible! ¡y bendita seas tú por los instantes de ventura y de felicidad que brindaste a otro corazón solitario y agradecido!
¡Dios mío! ¡Todo un momento de felicidad! ¿No basta con ello para colmar una vida humana?...
De Noches blancas, Fiodor Dostoievski.




(P. P. Pasolini)
(L. Jonas)